LA IMPORTANCIA DE TENER EN CUENTA AL OTRO

 

Por María Noel Firpo

Psicóloga clínica y psicoterapeuta 

 

El tema de la prevención y promoción de la salud mental infantil se ha convertido en foco de atención en los últimos años. Se ha demostrado que las intervenciones  a  edades tempranas, producen grandes cambios, con intervenciones mínimas y breves (Lecannelier, 2006).

Bowlby define el vinculo madre–hijo como una relación afectiva intersubjetiva, regulada mutuamente. El bebé, al momento del nacimiento, cuenta con una serie de reflejos y conductas con las que busca la proximidad de su cuidador; por ejemplo la sonrisa, el llanto, el agarre, etc.. Estas conductas del bebé evocan otras en el cuidador, con las que responde: lo toca, lo coge, lo calma, le habla o lo ignora, lo deja, etc. (Fonagy, 1999). Esas respuestas, repetidas en el tiempo, van configurando unos patrones más o menos predecibles que han sido descritos por Bowlby como “Modelos Operativos Internos”.

Estos patrones están en la base de las expectativas que una persona tiene sobre la manera de cómo van a reaccionar los otros, es decir, hacen que el sujeto siempre espere de los otros respuestas similares a las que ha recibido, sean positivas o negativas y, en consecuencia, actúe conforme a estas “creencias”.

La respuesta del cuidador principal, es fundamental, y está determinada por factores como sus propios esquemas de relación, la  situación emocional que vive, su personalidad y las representaciones que tenga de su bebé. El intercambio intersubjetivo le va enseñando al bebé que la ansiedad proveniente de fuentes internas o externas encuentra alivio, o no,  en presencia del cuidador. Por esta razón, cuando se ve expuesto a situaciones que despiertan ansiedad,  busca su proximidad física como una forma de recuperar el equilibrio perdido, ya que no puede autorregular sus emociones y estas lo invaden continuamente (Fonagy, 1999).

John Bowlby (1969) fue el primer autor en destacar la importancia de determinar cuáles eran las condiciones del adulto significativo que influían en el desarrollo del apego del niño. Dentro de esas condiciones, sugirió la “respuesta sensible” del adulto a las señales y necesidades del bebé.

Esto se fundamentaba en que un aspecto clave de la experiencia vincular sería la confianza que debe tener el niño sobre el acceso, respuesta y disponibilidad del cuidador a sus comunicaciones (Bowlby, 1973).  La sensibilidad óptima (M. Ainsworth y colaboradores,  1978) de la madre es cuando está disponible para ver las cosas desde el punto de vista del bebé, está alerta para percibir sus señales, las interpreta adecuadamente y responde apropiada y prontamente.

Más adelante, E. Meins y colaboradores (2001) proponen que es preciso repensar el concepto de sensibilidad materna y el modo en que éste ha sido operacionalizado. Para ello utilizan el constructo de Mind-Mindedness, o Mente-mentalizante, acuñado por la propia Meins (1997), que permitiría distinguir la sensibilidad general de la madre hacia las necesidades físicas y emocionales de su hijo, de una sensibilidad más específica hacia los estados mentales del niño y su actividad consiguiente.

En este escenario el constructo Mente-mentalizante se plantea como una buena alternativa para la redefinición de la sensibilidad, en la medida que considera la propiedad de las interacciones de la madre con su hijo, y no sólo su ocurrencia. Asimismo, incorpora el nivel representacional de la sensibilidad, repensándola en términos de la tendencia específica a enfocarse y responder a los estados mentales de sus hijos.  El adulto debe usar la información de la expresión externa de la conducta del niño como un indicador para hacer inferencias precisas sobre los estados internos y responder en coherencia a esos pensamientos, sentimientos, intenciones o deseos, “tener en mente la mente del niño” (Fonagy).  Una de las ventajas de las respuestas mentalizadoras del cuidador es favorecer la regulación emocional del niño, que a su vez, consolida el vínculo emocionalmente seguro.   Eso se percibe a través de la observación de las interacciones entre el cuidador y el bebé.  Por ejemplo es importante valorar si el adulto utiliza un estado interno explícitamente para comentar lo que el niño pueda estar pensando, sintiendo o experimentando. O  si pone palabras en la boca del niño, para hablar de su conducta.

Es importante adquirir una actitud y habilidad para preguntarse por los estados emocionales del niño, como qué podría estar sintiendo, pensando o imaginando.   Por ejemplo: “¿qué hacemos cuando nuestro niño llora?”.  O “¿qué consecuencias tienen nuestras reacciones en su estado emocional?”, ¿cómo reacciona ante lo que yo hago?

Es importante adquirir una actitud y habilidad para preguntarse por los estados emocionales del niño, como qué podría estar sintiendo, pensando o imaginando. Por ejemplo: “¿qué hacemos cuando nuestro niño llora?”. O “¿qué consecuencias tienen nuestras reacciones en su estado emocional?”, ¿cómo reacciona ante lo que yo hago?. Además, resulta  necesario tomar conciencia que el desarrollo y crecimiento como seres humanos se da en un contexto interpersonal, donde ambas personas –cuidador/bebé- en la infancia, se influyen mutuamente.